sábado, 28 de marzo de 2020

Primavera tenía que ser.


Es preciosa; cuando sonríe y me mira, cuando me mira, o cuando ni siquiera está mirándome a mí.

Es preciosa y estremecedora la manera en que provoca ese tornado de emociones y como se burla de la primavera haciéndole competencia en el instante en que sonríe cuando cree que nadie le está viendo o, cuando por el contrario, son muchos los ojos que le observan.
Lleva un campo entero de flores en su interior y los girasoles que crecen en sus ojos siempre están orientados hacia los rayos de sol que le acarician la piel con delicadeza, y da igual cual sea el tiempo atmosférico de hoy o de los próximos días, nunca están mirando al suelo, y quizá por eso y mucho más la primavera esté embobada con ella, porque nunca antes había presenciado el momento en que las flores crecen sin miedo alguno, pese a todas las posibilidades que hay de que sean arrancadas como producto de las incontables ideas equivocadas que se mantienen del amor.
Y camina entre la gente, perdiéndose entre la multitud mientras el eco de sus carcajadas resuena entre las calles que ya vuelven a estar vacías, juguetea con un hilo suelto, con algún mechón rebelde o se ríe de repente pensando en vete tú a saber que.
Y nada ha cambiado, pero a la vez todo es distinto.
El barullo de fondo volverá a dificultar las conversaciones, el metro se volverá a ir justo cuando apareces, llegarás demasiado tarde a donde quiera que vayas y parecerá desde fuera una ciudad estresante, pero, en cualquier lugar de cualquier ciudad un campo abarrotado de flores preciosas baila al ritmo de la canción que suena de fondo, los girasoles siguen la dirección de los rayos de sol que ya se están despidiendo y la luna insiste en hacer acto de presencia ante la envidia de que alguien haya enamorado a la primavera, cuando todo el mundo sabe que la primavera no es más que una estación del año a la cual no se le suele prestar demasiada atención.

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