domingo, 11 de agosto de 2024

Cuento para niñas rebeldes


Era una niña tan buena tan buena que nadie debía decirle nunca nada, ni de ella ni de su comportamiento. 

El lugar se fue llenando de más niños y niñas que no eran tan buenos, y a los que se les puso a temprana edad la etiqueta de "problemáticos" y "rebeldes", no es de extrañar que la atención de gran parte de los adultos se focalizara en estos menores, dejando a esa niña tan tan buena algo solitaria y perdida; los niños y niñas aumentaron en aquel lugar, y esa niña fue desapareciendo, primero fue su nombre el que cayó en el olvido y, progresivamente, fue notando como ninguna de las miradas se dirigía a ella.
Siempre había sido muy buena, pero se esforzaba por serlo más y más, pues mamá decía que las niñas buenas siempre tendrían a alguien que les quisiera, aunque empezaba a preguntarse si ese alguien en su caso existía, pues apenas percibía muestras de amor o cariño, y su excesiva generosidad y sumisión había provocado que varias personas ya le tratasen como una adulta, cuando lo que ella quería era jugar, que vieran cómo bailaba o pintaba, y que le llenasen de abrazos y halagos, pero escasas veces eran las que recibía este trato por parte de otros. 

Había sólo un tipo de momentos en el que volvía a sentir que existía y en el que se sentía realmente valiosa, estos ocurrían cuando mamá veía sus buenas calificaciones, cuando papá necesitaba ayuda de ella para algo, cuando sus amigos estaban tristes y necesitaban de su cariño o cuando alguien le pedía ayuda para alguna tarea; en estos momentos se sentía una verdadera superheorína en la que solo ella podía ayudarles y hacerles sentir bien, por lo que siempre estaba dispuesta a hacer lo que hiciese falta por el otro. Luego volvía a desparecer entre la multitud, pero esos minutos de volver a existir a través de varias miradas suplicantes y la infinidad de halagos que recibía a posterior le hacían sentir que sí que, tal vez, sí que había personas que le querían ahí fuera. 

Pero un día todo cambió; esa niña enfermó gravemente y no le quedó otra que quedarse en la cama, durante este tiempo no pudo prestar ayuda a otros y, ante su irremediable situación, empezó a recibir miradas de desprecio y reproches por parte de mamá, papá y por parte de varios niños y niñas con los que había crecido. A esa niña le empezaron a tachar de "egoísta", "rara" y "despistada" por no estar presente cuando le necesitaban, etiquetas a las que la niña siempre había temido, pues era el camino que seguían otras niñas problemáticas y rebeldes y a las que, como decía mamá, no tendrían nadie que las quisiera porque acabarían cansando a todo el mundo. 
La niña se sentía algo confusa pues, al contrario de cómo se imaginaba que experimentaría estas etiquetas, se sentía realmente liberada y feliz sin necesidad de que nadie le mirase, por las noches se armaba de valentía y salía fuera a jugar durante horas, hacía tantos años que no lo hacía... nunca había sentido tanta felicidad como en aquellas noches.

Mamá tenía razón, pero se le había olvidado decir la última palabra; mamá decía que a las niñas buenas siempre alguien les querría, pero lo que quería decir, en realidad, es que a las niñas buenas siempre alguien les querría agarrar. En cuanto esa niña olvidada descubrió esto empezó a decidir cuándo sí ayudar a otros y cuándo no quería o podía, empezó a salir también por el día a jugar, se perdió varias veces a sí misma, a veces en su propio interior y otras entre los brazos de personas que mucho sabían de besar, pero poco del amor.

Su madre se esforzaba por enderezarla y le transmitía las continuas decepciones que en ella iba generando; le decía que había dejado de ser buena y le preguntaba que qué había ocurrido. La niña experimentaba un gran dolor en este tipo de momentos y solía permanecer callada, hasta que un día, en una de esas ocasiones en las que su madre le repetía que ya no era una niña buena, ella contestó:

- Mamá, pero ahora existo, soy real y he conocido a un montón de niños y niñas que quieren jugar conmigo y que me quieren, aún sin ser buena, ¿te lo puedes creer?.

Ese día su madre sintió un gélido frío dentro de esa jaula en la que había nacido y crecido, y esa niña, por primera vez, sintió en sus propias carnes la libertad plena de ser como quisiera ser sin miedo a perder el amor de los de ahí fuera. Se tenía a ella, se quería a ella siendo cada día de una manera distinta, y desde entonces esa niña se pasa los días jugando en el parque y volando, desde el columpio, hasta las estrellas y más allá.

Nunca una niña tan rebelde se había sentido tan feliz y querida. 

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