miércoles, 11 de noviembre de 2020

Un poco más y tocas las nubes.


Columpiarse con la seguridad de que podremos tocar las nubes con nuestros pies, compartir la bolsa de golosinas con tus amigos, ponerse todos los días en clase al lado de la misma persona, que los recreos se nos queden cortos y que las clases te las pases hablando con los amigos que has hecho ese año, que las tardes te pases más tiempo jugando fuera que dentro de tu habitación, que te digan que tu única preocupación son los estudios y que sea verdad, hacer tiendas de campaña con tus primas y sentir que estás viviendo una gran aventura, que el único dolor que puedas sentir sea el de tus rodillas raspadas, hacer castillos de arena sin importar que luego te tengas que bañar, no tener miedo  a caerse y exhibir orgullosa la herida después, que la luna te siga cuando vas en coche, ir de la mano por el patio o por cualquier calle para cuidarse y evitar perderse, pasar un paso de cebra en rojo y sentirse rebelde, abrazar a tantas personas como queramos y jugar al escondite entre todos, meterse en la cama y tardar sólo unos minutos en quedarse dormida porque estás agotada de todo lo que has hecho, convertir una caja de cartón en una nave espacial y esa noche viajar a la luna, saltar las olas del mar durante horas viviendo cada una como una nueva y buscar hadas en cualquier bosque porque tu madre ha dicho que andan escondidas, y si lo ha dicho será verdad.
Que los regalos los sigamos haciendo a mano y que la preocupación de hacer una foto sólo la tengan nuestros padres mientras nosotros nos divertimos, no tener tantas redes sociales y tener que llamar a la persona con la que queramos hablar, ir a Madrid y que sea divertido colocarse entre los dos vagones del metro como si de una atracción se tratase, no tener miedo a reconocer que no sabes algo, dar un beso en la mejilla a cualquiera de nuestros amigos y repetirlo porque nos ha hecho gracia el sonido, ver como los protagonistas de esa película se besan y soltar con seguridad un: "que asco, yo eso no lo haré jamás", abrir los regalos de Navidad, que sea exactamente lo que habías pedido y querer jugar durante horas al lado de tus primas, que ya hablan con sus madres para que te quedes a dormir en sus casas.
Que empiece a llover y saltar encima de todos los charcos mil veces, ¿cuándo fue la última vez qué lo hiciste?, creo que lo llaman crecer.
Tirarse por el tobogán, montar en bicicleta sin ruedines y saber que el truco, aquí y en la vida, es no dejar de pedalear, bailar en público sin importar las miradas, disfrazarnos aunque no sea carnaval, creer firmemente en los "para siempre", que lo único en lo que pienses sea en la hora a la que quedar o si habían mandado deberes para mañana, las pipas en cualquier banco, reír sin saber exactamente cuál es la causa y decirle a tu madre que te deje un poco más de tiempo estar en la calle que a tus amigos sí les dejan.
Que te digan que tú única preocupación es estudiar y que sea verdad... menuda fantasía resulta ahora.
Yo no sé si la vida era entonces mejor antes o ahora, pero en muchas ocasiones sí era más fácil, menos complicada y más libre, o al menos, así se sentía cada vez que estabas apunto de tocar las nubes en ese columpio, porque lo íbamos a conseguir, llegaríamos a las nubes, y eran tantas las ganas y la ilusión que nunca nos planteamos que esa podría ser la última vez que lo intentáramos.
Y esa fue la última, y no nos importó porque aún quedaba mucho que hacer ese día, y había que aprovechar que hoy nos habían dejado volver más tarde a casa. 
De pequeños, cuando nos daban permiso para meternos en el mar porque ya habíamos hecho la digestión íbamos corriendo a ver quién llegaba antes y ni nos parábamos a ver donde quedaban las toallas para luego volver a ellas, es una buena y bonita forma de vivir la vida, deberíamos recordar cómo se hacía.

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