jueves, 3 de octubre de 2019

Invierno

Está agotada.
Lleva este mes intentándolo con ganas, queriendo eliminar esa sensación que aprieta, sobre todo, por la noche y a oscuras.
Está consiguiendo ganar la batalla a las inseguridades de siempre y es algo de lo que se siente orgullosa; tiene días malos y días en los que se ríe de forma sonora, lugares e instantes en los cuales la soledad no se atreve a pasar, pero todos los días y todo el rato sigue sintiendo un vacío en el lado izquierdo de su pecho que duele, que aprieta el nudo de la garganta un poco más que ayer y que devora sin piedad las ganas de hacer creer a todos que está realmente bien.
Se apoya en la pared cansada, agradece que esté fría y disfruta sentir la temperatura en su cuello tanto como si se tratase de un vaso de agua cualquier Domingo de Resaca.
Cierra los ojos, sabe que no debe, e imagina estar en otro lugar, en otro momento y entonces, sólo entonces, el vacío que siente en su interior desaparece y se siente realmente feliz; pasan sólo unos segundos y vuelve a abrir los ojos, vuelta a la realidad y a sentir ese maldito vacío apretando con fuerza como si acabara de proclamar a los cuatro vientos que no tiene pensado irse hasta dentro de mucho tiempo aún.
Se ríe de forma escandalosa con distintas personas, baila y habla sin parar, pero, a ella misma no puede engañarse y está agotada.
Se tumba en la cama y como ya es costumbre se regocija deseando que deje de doler pronto, que no puede más y que aunque haya instantes en los que consigue no sentirse desnuda en invierno, son demasiado pocos para sentir que todo va a mejorar y sí, sabe la teoría, eso de que es cuestión de tiempo y que todo pasa, pero está agotada de ese maldito vacío en el que sólo escucha ruido o el eco de su voz cuando nadie le observa. 

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