martes, 25 de febrero de 2020

Esos días raros de los que habla Vetusta Morla.


No lo entiendo, de verdad que no y me alegro de no poder hacerlo.
Hace unos días leí en Instagram una frase que decía así:
"Cuando los teléfonos estaban conectados a un cable éramos personas libres".
No recuerdo si eran esas las palabras exactas, pero, el mensaje creo que se pilla, ¿no?.
Voy en el bus volviendo de la universidad y escucho cerca de mí decir: "y mira si me quiere que además me contesta pocos segundos después de haberle hablado", también veo a la mayoría de las personas con las miradas perdidas en pantallas hasta cuando tienen a su lado a alguien que les está hablando y ambas personas sonríen de manera artificial en muchos casos; la imagen al entrar es escalofriante ciertos días.
¿En qué momento ha ocurrido?, ¿en que momento se prohibió mostrar la tristeza en público? y, sobre todo, ¿en qué momento cada persona que hay en el bus se transformó en una marioneta que otorga mayor valor a un puñado de comentarios que lee a través de su móvil que a lo que piense la persona que tienen junto a ellos?
Dios, observo todo detalladamente mientras busco algún rincón en el cual poder aislarme un ratito de todo y escucho con claridad el tic-tac del segundero que me hace imaginar que la razón por la cual cada persona se comporta como lo hace es debido a un hechizo que mantiene a la sociedad dormida y del que, sin saber como, sólo unos pocos hemos conseguido escapar, no sé que hacer, me produce cierta tristeza observar toda la escena.
En algún momento ha ocurrido, en algún instante gran parte de la sociedad olvidó que el amor nada tiene que ver con la velocidad a la que se contestan unos mensajes, o la cantidad de palabras cursis capaz de soltar por minuto o el número de fotografías que tengas en cualquier red social con alguien, que el amor es cuidar, casi sin que nadie se de cuenta; y cuando hablo de cuidar no hablo de regalos, ni de viajes inolvidables ni de nada demasiado extravagante, hablo de quedarse 5 minutos más que no van a ser cinco, perder el bus o el metro y que ni te importe, hablo de una escucha activa y mirando a los ojos el tiempo que sea necesario, y habrá días en que el número de silencios supere al número de palabras y estos, aunque no lo sepáis, también deben escucharse, es mirar cicatrices en las que los ojos confiesan: <<Aquí dolió y mucho>> y besar cada herida con el cariño de quien cura las rodillas de un niño pequeño y con la admiración de quien no se atreve a deshacerse de la coraza y acaba de ver a alguien sin ella bailando con los ojos cerrados.
Levanten las miradas de sus móviles, por favor, tienen a su lado a una persona con un mundo interno precioso y complejo del que os está hablando, os están dando el privilegio de ver que hay debajo de la coraza, levanten la mirada que se lo pierden.
El tiempo se acaba y esa persona ya está terminando de hablar y como lo haga ya no habrá vuelta atrás, hay instantes que si no los abrazas en el presente no vuelven a darse, no cometan el error de que sus móviles les impidan volar a NuncaJamás, viajar a Narnia y descubrir el puente que lleva a Teravithia sin salir de este bus sólo por no pararse a observar, lo tenéis justo enfrente, pero, no tenéis los ojos abiertos.
¿Habéis mirado las diversas zonas por las que está yendo el bus?, mirar digo, ver lo hacemos desde que nacemos.
Cada parte es distinta de la anterior y sólo se necesita una pequeña dosis de imaginación para crear tu propio mundo, es muy fácil, os lo prometo.
Me pongo los cascos, subo lo suficiente el volumen de alguna canción que puede ser autodestructiva los días grises en los que suena Bely Basarte o los días raros de Vetusta Morla y disfruto mirando por la ventanilla mientras salgo del bus y vuelo tan lejos como puedo.
Unos minutos son suficientes para encontrarme en un lugar completamente distinto; aquí las personas nos permitimos estar tristes de vez en cuanto, es agotador hacer creer que estamos bien siempre, los museos están repletos de gente, al igual que los bosques o los bares que guardan cierto encanto y estilo bohemio, la gente aquí vive con intensidad todo lo que sienten y se emocionan con cuadros, canciones, calles vacías o cosas muy pequeñas y casi imperceptibles en el mundo real, cualquier manifestación de arte se apoya y admira, la gente no lleva reloj, en los bares suena música de los 80 y hay más personas bailando que sentadas, en el metro a veces personas que no se conocen de nada se sonríen cuando tropiezan o en forma de agradecimiento cuando alguien cede su asiento a otra persona o cuando se respeta eso de que hay que dejar salir antes de entrar, infinitos tipos de animales preciosos viven aventuras difíciles de creer y por la noche después de contarles una historia duermen en el árbol que se ve desde mi ventana, Campanilla y el resto de las hadas controlan las estaciones y llevan su polvo de hadas a todos los rincones del reino haciendo que los miedos no controlen nunca la situación, aquí son ellos los que se sienten pequeños, y no es que no existan, es más, no se oculta su existencia y todos son aceptados como algo inevitable de tu propia existencia hasta el nivel de que se habla de ellos y se narra como el amor, la valentía, la verdad y la fuerza consiguieron hacerlos diminutos.
Saltar al vacío parece fácil, o mejor dicho, ser valiente es fácil porque es tan especial cada aventura que no te importa tanto el final sino el viaje que te ha permitido llevar a cabo.
Suena ahora Andrés Suarez y, poco a poco, vuelvo a un mundo que hoy lo veo algo apagado, o tal vez soy yo quien está algo apagada, pese a todo me siento bien, aunque me gustaría ir en el bus con alguien que formara parte de mi mundo, a veces me siento algo sola aquí fuera, pero, a la vez me gusta esto, ser de las raras o sentirme así y no formar parte de una muchedumbre que busca en pantallas lo que tienen a centímetros de distancia y que podrían apreciar si dejasen de ver y de oír para empezar a mirar y a escuchar.

                         Fotografía de @sandraxphotos

miércoles, 19 de febrero de 2020

Reencuentros


Un puñado de ilusiones y otro de ganas de llenar de abrazos y besos a quien durante el día a día está sin estar del todo y a quien hoy llegará, tal vez con un rostro cansado, pero, con las mismas ganas de quienes esperan de sentir esa sensación idéntica a cuando llegas a casa, te descalzas y respiras porque estás exactamente donde quieres estar.
Se sienten los nervios que provocan el movimiento repetitivo de los pies o alguna parte del cuerpo, y los ojos poseen un brillo característico compuesto por un puñado de lágrimas contenidas y otro de ilusión y alegría que los más pequeños que allí están manifiestan con saltos y risas y que el resto muestra, con cierta vergüenza, a través de una sonrisa constante dibujada en sus rostros.
El mundo ahí fuera sigue como siempre; la contaminación típica de Madrid que impide ver las estrellas por la noche, el ruido del tráfico que contribuye al estrés diario y las miradas perdidas de personas.
Pero aquí dentro todo es distinto, existe cierta magia, cierto encanto y felicidad inmensa tan sólo por ver a alguien a quien últimamente has echado de menos más de lo que te gustaría y todo eso se siente y genera una burbuja preciosa a la que en parte contribuyó el hecho de que existiera una despedida hace un tiempo.
Y por fin ha llegado, el deseado reencuentro, hoy es el día, en la zona de llegadas del aeropuerto que no sé si la vemos preciosa por lo que se siente los minutos de antes o por todo lo que estas paredes han visto, pero, sea como sea todos estamos pendientes de la puerta deseando ver a esa persona y abrazarla lo suficientemente fuerte como para que, con un poco de suerte, parar el tiempo justo en ese instante. 

viernes, 7 de febrero de 2020

Lola


Se llama Lola; es pequeñita, tiene en su pelaje mil tonalidades diferentes del marrón, da besos de esquimal con un hocico que siempre está húmedo y se desplaza con rapidez.
Hace años venía cada noche a escuchar una historia nueva en la cual ella era la protagonista, entraba saltando por la ventana, tímidamente sonreía mientras se acercaba en mitad de un pequeño bostezo, producto del ajetreado día y se acomodaba en mi mejilla izquierda con sus suaves patitas.
Entonces la voz de mi madre empezaba a sonar, cuando había sido un día duro, parte de la tristeza se colaba, pero, según iba hablando la ilusión reinaba en la habitación con tanta intensidad que Lola imitaba con su diminuto cuerpo sobre mi vientre lo que mi madre iba narrando y yo la veía con asombro mientras sonreía.
Al final ambas nos acabamos quedando dormidas, intento no moverme demasiado, aunque siempre acaba refugiándose en mi hombro.
Hace años que las historias terminaron, hace años que mi madre ya no está, y la tengo a centímetros de distancia, no sé exactamente en que momento nos alejamos, las paredes hace años se han vuelto grises, los silencios incómodos y puertas de las habitaciones ya siempre están cerradas, pero Lola sigue viniendo de vez en cuando, me pregunta con miedo de incomodar si habrá historia y le respondo que no, que tal vez vuelvan algún día y que seguro que serán mucho mejores que las anteriores, los días tristes nos quedamos mimándonos con canciones de fondo sin mirarnos demasiado hasta quedarnos dormidas, pero, el resto de días le cuento ilusionada todos los detalles de los días que ha estado sin venir y se ríe con cariño de cada aventura que le cuento mientras usa mis piernas como toboganes gigantes, acabamos viendo Operación Triunfo o cualquier serie mientras le acaricio el peludo cuerpo que respira tranquilo mientras se va quedando dormida y nunca está cuando me despierto, pero, siempre me despierto y veo en mi almohada la marca de dos patitas y mi ventana abierta lo suficiente para que el cuerpo de una ardilla pueda entrar y salir por ahí.


jueves, 6 de febrero de 2020

Madrugada


Alguien dijo una vez que no podemos decidir sufrir o no sufrir, que el dolor es algo inevitable y por mucho que intentemos esquivarlo, necesariamente nos acaba encontrado en ciertos momentos.
Lo que sí podemos elegir es la causa de alguna que otra noche de insomnio en la que nos permitimos que todo salga fuera para poder seguir respirando.
Y yo te elijo a ti, una y mil veces como la causa de esas noches porque también eres la razón por la que muchas otras he sonreído sin parar pensando en cualquier tontería tan tuya, porque eres el motivo de mis carcajadas y sonrisas hasta en los días más negros, de mis bailes ilusionada al volver a casa, de mis ganas de ser feliz y de cuidarte sin que seas demasiado consciente de ello.
Y sí, me he lanzado al vacío por primera vez en mi vida y tenía y tengo miedo, pero, lo he hecho sin separar los pies del suelo; en ningún momento me he olvidado de que estoy enamorada de unos ojos que sé que nunca brillarán por mí, y duele, joder que si duele en ocasiones, justo ahí donde nunca me atreví a mirar y donde desde hace un tiempo alguien duerme y me cuida a base de mimos y supongo que por eso eres tú, por ser la razón de cada baile delante del espejo al despertarme, porque en un mundo lleno de consejos para tapar las imperfecciones, tú llegaste y las admiraste como nadie. 

domingo, 2 de febrero de 2020

Intimidad


Que intimidad no tiene nada que ver con quitarse la ropa, con dejar partes de tu cuerpo al descubierto, que eso lo puedes hacer rápido, mal y con cualquiera, si es eso lo que queréis adelante pero no lo llaméis intimidad.
Intimidad es hablar en voz alta sobre lo que no te deja dormir por las noches o te hace llorar los Domingos por la tarde, intimidad es recitar con los ojos cerrados porque da miedo volver a abrirlos, intimidad es una caricia o un abrazo colocando las manos ahí, en la espalda, justo donde se cuela el frío en algunas ocasiones, intimidad es llorar al descubierto porque la tristeza ahoga o por haber conseguido algo que nadie te creía capaz de lograr, intimidad es mostrar cicatrices en las que se lee: "aquí dolió y mucho" y cerrar los ojos esperando recibir una caricia que avance su cura, intimidad son los segundos en que dejas a la vista un lunar demasiado oscuro, una marca demasiado notable o una parte de tu cuerpo que siempre escondes bajo la ropa.
Es morder ahí donde habitan los miedos y hacer que se larguen, mirar a los ojos cuando el aire escasea, la respiración agitada en el cuello, el gemido que rompe el silencio, que interrumpe la canción de forma abrupta.
La intimidad es conocer un recuerdo pasado, una manía oculta, un miedo inconfesable, una herida que aún está cicatrizando; es dejar que las sábanas sean tu único refugio y dejar de estar sola sin dejar de abrazar a la soledad, es el rostro que queda debajo del maquillaje, la piel de gallina y permitirte llorar con esa lista de canciones ante la mirada o presencia de alguien, es un "puedes contarme lo que sea, prometo no asustarme".
Todos creen que intimidad es deshacerse de la ropa, lo llaman desnudarse cuando el desnudo nada tiene que ver con eso.
Un polvo a las 3:00, cuatro embestidas y un gemido entrecortado, todo eso puede estar muy bien, pero, intimidad no es eso, es quien está los Domingos por la tarde en mitad de la resaca viendo tus ojeras marcadas y pidiéndote que no las tapes, y es quien, con esas pintas que tienes, es capaz de besar las cicatrices que aún están curando y prepararte un café caliente mientras sonríes al caer en la cuenta de que hoy es Domingo y la tristeza todavía no ha hecho acto de presencia.