sábado, 11 de enero de 2020

Recitales Poéticos.


Para escribir y recitar en muchas ocasiones hay que cerrar los ojos, y eso hice.
Asustada, como si fuera un barco de papel a la deriva y sujetándome al micrófono como única señal fiable de que no he desaparecido, de que sigo aquí, delante de muchas miradas curiosas y algún murmullo que rompe el silencio.
Es curioso, creí que todos esos ojos expectantes me harían sentirme incómoda o nerviosa, pero, nada de eso.
En el silencio, del cual soy ahora la dueña, ya he viajado a la velocidad de la luz en el espacio y en el tiempo y mi cuerpo permanece apoyado en el taburete como si sólo fuera el envoltorio de una energía y magia que juguetea con el segundero del reloj deseando detenerlo.
Empieza mi voz a quebrar el silencio y las palabras salen solas como si cada una de ellas tuviera consciencia propia y supiera cuando es su turno, no sé muy bien como lo hago y, tal vez, por eso me gusten estos momentos, porque aunque sea yo quien está ante el micrófono, también estoy al otro lado escuchándome.
Sólo son dos o tres minutos y lo disfruto transformando mi cuerpo en una especie de marioneta que se mueve a su antojo sintiendo cada palabra en algún recóndito escondite que durante este tiempo ha estado visible.
Termino, vuelta a sentirme pequeña, observo a todas las personas y no sé cómo lo he hecho, pero, algunas de ellas sonríen y otras me siguen observando con curiosidad.

Tímidamente empiezan a aplaudir y es la parte que menos me gusta al sentirme demasiado observada, pero, intento sonreír en forma de agradecimiento y de nuevo el micrófono y el pequeño escenario quedan vacios y alumbrados por una lámpara que se parece mucho a las de Harry Potter y, mientras varias amigas me llenan de piropos, observo callada esa especie de cápsula espacio-temporal y admiro con cierta envidia la seguridad y magia de la chica que acaba de salir hace unos segundos a recitar.

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