miércoles, 23 de marzo de 2022

Miedos olvidados bajo el colchón


Me escondí bajo la cama y me abracé a varios miedos fieles que seguían estando ahí. 
Me quedé muda bajo el colchón y empecé a contar despacio hacia atrás para evitar el llanto y con la esperanza de que cuando llegase a cero me sentiría mejor. 
Los miedos de vez en cuando me pellizcaban, me mordian o me abrazaban con la suficiente intensidad como para dificultarme la tarea y yo volvía a empezar; a veces, algunos días, creía llegar a cero y observar que estaba sola bajo mi cama, pero no era así, siempre notaba la presencia de algún temor, ahora algo más pequeño.
Recuerdo estar jugando al escondite bajo mi cama y pensar emocionada en que la única persona que podría encontrarme sería otra niña como yo con más miedo a la vida que a la muerte.
Ya no escuchaba las voces ni los pasos de mis amigos y uno de mis miedos creció de golpe al sentirme sola en esa casa vieja, pero familiar.
De pronto unas manos torpes levantaron parte de las sábanas que me protegían del exterior.
- Quedaros aquí, así nadie os encontrará –pronunció una voz femenina y nerviosa.

Cuando quise pronunciar palabra alguna volvía a estar a oscuras, ahora me rodeaban más miedos y juntos lograban pellizcar con más ganas y morder más fuerte, lo suficiente como para que acabara en más ocasiones de las que me hubiera gustado llorando o sintiendo que me faltaba oxígeno.
Según iba pasando el tiempo me preocupó menos que nadie se parara a mirar bajo la cama pero me ponía muy nerviosa sentir mi pequeño espacio como un campo de batalla en el que sólo podría quedar uno, ellos o yo, uno de los dos tendría que desaparecer.

A veces chillaba la palabra "mamá" como cuando era pequeña esperando que ella me diera la solución como una llave mágica, pero lo único que hacía era abrazarme, algo que me reconfortaba, y pedirme que saliera de la cama, que no era difícil.

-No puedo– pronunciaba con voz temblorosa, pero volvía a encontrarme a oscuras.

A veces intentaba negociar con ellos, pedirles cinco minutos de libertad a cambio de no volver a alejarme, siempre que lo hacía me lo recriminaban con dureza, pero ellos no aceptaban ninguna de mis propuestas y se limitaban a saltar sobre distintas partes de mi cuerpo como si fuera una cama elástica que empleasen para hacerse fuertes y grandes con cada salto. 

Hasta que un día busqué a una mujer y esa mujer me encontró, era una mujer de avanzada edad y cabello canoso, se asomó y sonrío con seguridad.
- No quiero salir – le dije con una aparente firmeza que escondía el rostro de una niña atemorizada.
- Tampoco te he pedido que lo hagas. 

Los miedos en aquel momento ya eran tan numerosos que era imposible esconderlos a todos, pero a ella no parecía preocuparle su existencia, es más, me pidió que le contase cuando y cómo les había conocido, les dejó hablar a ellos también y, para sorpresa mía, estos se sentían muy solos a menudo al haber estado siempre lejos de otras personas.

Las visitas de la mujer de cabello ceniza se fueron repitiendo y llegó un día en que decidimos salir de nuestro escondrijo; hacía un sol brillante y los miedos que ayer mordían hoy se limitaban a pellizcos suaves cuando pasaba varias semanas obligándoles a volver a nuestro viejo escondite.

Con el tiempo me hice fuerte, aumenté mi valentía y con ello llegué a ser más feliz hasta en los días más cotidianos de la semana, había dejado de esconderme, ahora era visible y me gustaba la sensación, era novedosa pero estoy aprendiendo a sentirla y disfrutarla.

Ahora ya no me escondo, y ahora cada noche me siento más libre sin dejar de estar acompañada por los de debajo de mi cama. 

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