sábado, 17 de abril de 2021

La paradoja de estar sin estar


Fue en una mirada, como siempre ocurre, cuando fui consciente de que hacía un tiempo que deseaba irme por no saber quedarme, observé ataduras y jaulas donde ayer observaba libertad, ¿en qué momento había ocurrido?, intentaba nerviosa retroceder, deshacer los últimos pasos del juego de atreverse a ser valiente al caer en la cuenta de que había dejado de ser un juego y no me atrevía a seguir jugando con una montaña de pensamientos, emociones y sensaciones que cada vez dolían más ante mis esfuerzos de mantenerlos en silencio.
Así que salí a media noche y sin hacer ruido, sabía que no estaba preparada para despedirme, pero también que no hacerlo supondría que los monstruos nocturnos me desvelaran los meses siguientes, mi intención era que dejara de doler, desaparecer de un mapa en el que la x ya fue despejada y poder hacer como que nada de esto había ocurrido, aceptar una ausencia indeseada por no ser capaz de soportar durante más tiempo ese silencio ruidoso que no cesaba casi nunca; me hubiera encantado que esto fuera una película de Domingo en que uno de los personajes intenta irse y el otro encuentra las formas de hacer que se quede, en verdad me hubiera encantado encontrar en mí otra forma de estar o de aclararme sin tener que abandonar la partida, pero no supe hacerlo y eché a correr en dirección de una libertad perdida mientras cortaba el maldito hilo rojo al sentirlo como una soga a la altura del cuello, fue entonces cuando mis pulmones se llenaron de oxígeno en mitad de un llanto liberador que me permitió que el silencio fuera durante unos minutos sólo eso, silencio.
El viento me arañaba la piel y no sabría identificar exactamente que pensaba mientras corría, me sentía como los segundos antes en que Alicia decidió meterse en la madriguera del conejo, como Wendy antes de salir volando por la ventana o como Blancanieves antes de morder la manzana; meses atrás jamás habría imaginado hacerlo, pero sentía, para bien o para mal, que era lo que necesitaba, salir de ahí, abandonar todo intento de hacer las cosas bien y agarrarme a la posibilidad de volver algún día. 
Las cosas son más fáciles cuando uno de los dos es un hijo de puta, porque en esos casos puedes echar toda la mierda fuera, protegerte bajo esa falsa creencia de culpar al otro sobre algo que controlan dos.
Pero, en parte, ser consciente de que tú también influyes en los resultados te hace gestionar las emociones y sensaciones que eso provoca y tener la temida charla contigo misma, esa que creías que podrías evitar si te alejabas lo suficiente tuvo lugar, no fue fácil y guardo algunas partes de ella en mi mesilla, pero me sirvió para ser sincera, para perdonarme y perdonarte, para liberarme y para entender que sin errores previos no se puede llegar a nada bien hecho después, así que yo que sé, obviamente me hubiera gustado que las cosas hubieran salido de una manera diferente, pero tal vez todo esto era y es necesario para saber en adelante que sí y que no volver a hacer. 
Te bajé del pedestal, me disculpé por haberte otorgado sin ni siquiera preguntarte una responsabilidad tan grande e innecesaria como esa y lo destrocé durante horas con mis manos al entender que me prefiero antes en cualquier charco saltando, alcanzando a ver en las manchas, en los rasguños y en toda imperfección el significado del amor. 
Nunca había vivido nada de esto, me siento últimamente ante toda emoción y sentimiento como una niña en su primer día de colegio, algunas sensaciones fueron complicadas de gestionar y dolieron con tanta intensidad que me asustó la idea de no poder salir de ahí, pero cuando ya creía ser merecedora de la etiqueta de "incompetente emocional" un ave fénix nació entre las cenizas con unas alas de infinidad de colores mágicos, juntos pegamos nuestro grito de guerra al comprobar que Blancanieves despertó, que Alicia descubrió un nuevo mundo, que Wendy sí sabía volar y que resulta que sí, que después del fin del mundo sí hay vida, y fuimos felices, aunque todavía no fuéramos conscientes de ello.
Nada absolutamente nada salió como esperaba y me temo que casi nunca lo hará, pero voy acostumbrándome poco a poco, me encantaría haber hecho todo de manera distinta, poder llamarte ahora porque sí y sin previo aviso y contarte emocionada todo lo que ocurrió, pero los miedos siguen haciendo de las suyas llevándome a la creencia de que eso supondría volver a donde no quiero volver si no es contándote absolutamente todo, ¿qué más da?, tal vez esta sea la única manera de crecer, sabiendo abandonar tu casa para que no te quede otra alternativa que buscar nuevos hogares en quienes sí se mueran de ganas de serlo, aún así gracias por quedarte, cada día dueles un poco menos y ya sólo me quedo con todo lo bueno que vivimos, que no es poco.
No sé, ni yo me entiendo en muchas de las ocasiones en las que lo intento, me cuesta entender por qué echamos de menos tantísimo lugares donde ya nada era igual, supongo que solemos echarnos de menos a nosotros mismos cuando todo parecía fácil, y tal vez por eso esperamos, porque nos agarramos a la idea de que podemos volver atrás cuando eso es imposible.
No sé, me tengo que ir. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario