domingo, 28 de febrero de 2021

Cajas de cartón


La mariposa no puede volar cuando llueve y vuelve a sentirse la oruga de una caja de zapatos olvidada, unas manos torpes y pequeñas la agarran sin cuidado y reza a un dios en el que ni cree por salir de ahí, por no tener tanto miedo a la vida, por mantener en pie la idea de que hay vida fuera de esta caja de zapatos.
La mariposa vuela, la mariposa baila, la mariposa aprende a aterrizar con el paso del tiempo y tras muchas caídas, la mariposa viaja tan lejos como puede y conoce a otras mariposas con tantos sueños como ganas de cumplirlos.
Ella permanece cerca de ellas al sentirse la mariposa más preciosa de todas, se siente tan invencible que no deja de bailar, y su admiración por la mariposa que ve reflejada en los charcos no deja de aumentar.
Hasta que un día llueve, hay una tormenta y pierde el rumbo del camino que antes visualizaba con tanta claridad, observa que cada mariposa escoge una trayectoria distinta y en un comienzo siente rabia, se siente estúpida por creer que todo esto ha sido un sueño y que la realidad sigue siendo la de esa oruga escondida bajo una hoja que le sirve de refugio.
No sabe si se trata de un ángel de la guarda, una energía misteriosa e invisible ante sus ojos o la pequeña y remota posibilidad de que no haya sido un sueño... algo dentro de ella le hace volar tan alto que hasta las nubes se quedan por debajo, y entonces es consciente por primera vez de que ella decide el rumbo, descubriendo así que el resto de mariposas por las cuales sentía gran admiración son un claro reflejo de ella, le cuesta creerlo pero así es, que una mariposa no pueda ver sus propias alas no significa que no las tenga.
No es miedo exactamente lo que siente, es algo así como nerviosismo, incertidumbre, ilusión, tristeza entremezclada por lo que atrás quedó y cierta confusión ya que es la primera vez que no tiene un plan, un mapa, una ruta que seguir.
Observa en una clase abarrotada de niños y niña que chillan sin parar una caja al descubierto con varias orugas en su interior, una de ellas le mira con admiración y asombro y no sabe exactamente la razón, pero siente que este momento ya lo vivió antes.

viernes, 19 de febrero de 2021

Soplé mientras el deseo que acababa de pedir me daba un último abrazo


Sopló las velas teniendo el deseo delante de sus ojos, lo hizo tan fuerte que los pétalos de incontables flores salieron volando, llevándose con ellas justo al deseo que acababa de pedir y que hasta hace unos segundos le llenaba de mariposas el alma.
Volvió a encender las velas con rapidez, cerró los ojos, volvió a pedir lo mismo, un deseo que ahora no estaba a su alrededor, sopló con un puñado de mariposas revoloteando algo confundidas en su interior y después abrió los ojos muy despacio, nada.
No sabía lo que hacer, llevaba unos años pidiendo el mismo deseo y nunca se lo confesaba a nadie por miedo a que dejara de cumplirse; su alrededor lloraba la ausencia de quien se fue demasiado pronto, pero ella no lo hacía, ni siquiera sentía dolor, pues unos miligramos de esperanza le hacían creer que en cualquier momento se despertaría y comprobaría que su deseo seguía cumpliéndose como tiempo atrás.
Pero no fue así, esta vez no ocurriría y empezaba, con temor, a sospechar que le había perdido, empezó a creer que ese: "seguiré muy cerca" escondía un "adiós" que ninguno de los dos se atrevió a pronunciar.
Él siempre hacía de las suyas para no irse del todo, para quedarse a su lado, pero esta vez no estaba, ella no lloraba y ni siquiera le dolía sentir esa ausencia, ¿acaso no le quería lo suficiente para que no le afectase que ya no siguiera a su lado?.
Cada noche permanecía unos minutos repitiéndose que se había ido, casi ninguna de las veces se lo creía del todo, y aquellas en que lo hacía sentía un vacío ahí dentro que ocupaba todo su ser, impidiendo cualquier otro tipo de sentimiento o emoción.
Su alrededor lloraba y en sus miradas perdidas se apreciaba el dolor de una pérdida que fue demasiado temprana, en ella empezó a nacer un dolor intenso y constante al comprobar que estaba esperando un regreso que no tendría lugar, o verse en la obligación de aceptar que no quedaba nada de él que pudiera abrazar.
Pasaron varias semanas y el dolor aumentaba por momentos, pero sus lágrimas sólo invadían su interior de un sabor amargo y salado que humedecía las alas de las mariposas que tantas otras veces le habían hecho sentir tan especial.
Pasados unos meses, tiempo en el cual se había generado un vacío dentro de ella que había ido reduciendo el número de veces que sonreía, decidió escribir sobre aquel deseo que había pedido al soplar las velas durante años.
Esa noche había soñado con él y quería dejar una prueba de que aún era posible encontrarle de nuevo algún día en algún rincón perdido.
Nunca había probado a escribir por voluntad propia, siempre lo había hecho por cuestiones académicas o dirigiéndose a otra persona.
Observó la hoja blanca con curiosidad y empezó a escribir, según lo iba haciendo se iba alejando de este mundo, viajando a otro desconocido hasta entonces, y una sensación de paz, felicidad y libertad iba apoderándose de unas mariposas que en un pasado habitaron su interior.
Según lo iba haciendo más y más, sentía que aquello que había pedido al soplar las velas hace unos años se estaba cumpliendo igual que años pasados, algo que hizo que se emocionase y se liberase de todo lo que no había podido hasta entonces.
Seguía escribiendo, estas sensaciones aumentaban en su interior y una enorme alegría le hacía mostrar una sonrisa mezclada con cierta incredulidad por lo que estaba ocurriendo.
- "Ya te dije que yo me iba a quedar cerquita de ti siempre"
- "¿Abuelo?"
- "¿Qué feixes pichuleira?" le dijo con voz cariñosa.

Y ahí se dio cuenta que su deseo al soplar las velas sí se había cumplido, él seguía a su lado y seguiría siempre porque, sin ella haberlo sabido, su abuelo le había hecho un último regalo, el mejor de todos, la escritura.
En ella podría encontrarle y abrazarle siempre que lo necesitase, podría viajar y crear nuevos mundos, podría contarle todo lo que quisiera y, sobre todo, podría recuperar su camino siempre que lo hubiera perdido y, con ello, su libertad para decidir cuál sería su historia.
Mi abuelo se fue demasiado pronto, porque todos estamos de acuerdo en que los abuelos y abuelas deberían ser eternos, pero mi abuelo esto lo logró, jugueteó con el tiempo y lo abrazó con fuerza para que no se fuera tan rápido, acarició los corazones que latían cerca de él con tanto amor que hasta emocionó a la muerte, negoció con ella y peleó hasta el final por quedarse 5 minutos más antes de que las estrellas, envidiosas como nadie, quisieran besarle.
Pero mi abuelo era mágico, logró burlarse de las normas y del tiempo y me hizo un último regalo para estar juntos para siempre; me regaló un poder, un poquito de su magia, y un muchito de su amor, me regaló un refugio, un salvavidas y un espejo para conocer a la persona más importante de mi vida, me regaló un mundo nuevo e infinidad de seres mágicos que me prometió que siempre los tendría si los cuidaba con esmero, me regaló un puñado de valentía y otro de ilusión, me regaló la despedida más preciosa del mundo dentro del reencuentro más especial de todos, prometió quedarse a mi lado y, por si caso, yo lo pedí durante años al soplar las velas.
Lo logró, lo logramos.
Mi abuelo me dejó una hoja en blanco que siempre la había visto en blanco hasta que se fue y,  desde entonces, ya nunca más volví a ver sólo una hoja en blanco.
Gracias abuelo, gracias por quererme y cuidarme tan bien, pero sobre todo, por no haberte ido del todo, por haberte quedado a mi lado, y por ese último gran regalo que me hiciste.
Te llevo siempre conmigo 🖤🐘🐿

martes, 16 de febrero de 2021

Ya dejó de llover, ya podemos salir y volver a jugar


Juguemos a que te echo de menos.
Juguemos a que te lo digo.
Juguemos a que las lágrimas o el miedo no me impiden hablar esta vez.
Y hablemos, hablemos como antes.
Juguemos a que te digo que te quiero,
que para mí eres importante y que no te lo digo porque sé que me sentiré incomoda por tu reacción.
Juguemos a que apareces de repente.
Juguemos a imaginar que te quedas, que no existe una despedida planificada, que tienes una habitación y que quieres quedarte en ella.
Juguemos a que se nos olvide el paso del tiempo.
Juguemos a que todo vuelve a ser fácil, aunque sólo sean 5minutos antes de despertar.
Juguemos a que me abrazas, a que te abrazo, y por favor que no sea el último.
Juguemos a que hay sitio para todos y esta vez no falta nadie.
Juguemos a que te digo que lo conseguí, que te quiero, que eres especial y lo vas a ser el resto de mi vida, pero no eres para mí.
Juguemos a que se nos vuelve a quedar pequeño ese sillón.
Juguemos a viajar a nuestro propio mundo y conocer a todos los seres mágicos que allí habitan.
Juguemos a que sean el sonido de las voces el que llene el espacio.
Juguemos a que algún día sostengo un libro entre mis manos y dentro de él sí que somos eternos.
Juguemos a que esa no es la última canción.
Juguemos a que aún queda otra ronda de chupitos.
Juguemos a que nadie se tenga que ir antes de tiempo.
Juguemos a que de pronto, entre el barullo, suena una carcajada.
Y ahí estás, sosteniendo las llaves de un piso como producto de haber deseado con tanta fuerza verte volver, ya sé que no pasará.
Pero, al menos, el de volver a verte sí se ha cumplido.
Juguemos a que ahí fuera llueve y aquí dentro cada día lo hace con menos frecuencia.
Juguemos a ser los personajes de una película de Domingo con final feliz, o mejor, sin final.
Juguemos a que entro de nuevo en una sala cualquiera y ya nunca más volvió a ser una sala cualquiera.
Juguemos a que los kilómetros se pueden quitar con una pala igual que la nieve.
Juguemos a que a las buenas personas no les puede pasar nada malo.
Juguemos a que no existen las despedidas.
Juguemos a vivir juntos en medio del campo.
Juguemos a que dejamos las pantallas de lado.
Juguemos, un poco más, al juego peligroso de creer que esto era para siempre.
A veces ves el muro y sientes la necesidad de acelerar por la pequeña posibilidad de romperlo esta vez.
Juguemos a tantos juegos como se nos ocurran.
Juguemos a que el dolor de nuestras rodillas raspadas al caernos de pequeños es el mayor dolor que podemos sentir.
Juguemos a que las luces del escenario no se apagan y, por tanto, no nos vamos.
Juguemos a ser valientes y reconocer nuestros miedos.
Juguemos con los miedos y que sean ellos los que se escondan bajos las sábanas.
Juguemos a que te echo de menos.
Juguemos a que no me asusta decírtelo.
Juguemos a que os echo de menos.
Juguemos a que no me asusta decíroslo.
Juguemos a lo que queráis,
pero juguemos a lo que sea ya,
que ya me voy a despertar.