miércoles, 31 de agosto de 2022

La hipocresía de un torpe malabarista


A veces jugueteo con mis emociones como si fuera un malabarista que acaba de iniciar su trayectoria en el circo, termino con todas por los suelos, pero el espectáculo debe continuar así que sonrío hasta cuando ni lo quiero hacer, hasta hace relativamente poco llevaba una sonrisa maquillada en mi rostro, debía estar muy bien pintada porque apenas nadie descubrió nunca que era pintada, bailaba y hacia reír a menores y mayores sentados en las gradas que arrastraban más preocupaciones y miedos de las que podían llevar consigo, o al menos eso parecía observando sus ojeras y manera de respirar cuando dejaban de reír. 
Con el paso del tiempo me esforcé tanto en hacer que no hubiese día que no escuchase sus carcajadas o que no me dirigieran cualquier tipo de felicitación que acabé enamorándome de mi forma de hacer malabares con ese puñado de emociones y de mi rostro maquillado con esa sonrisa grande y llena de colores distintos. 
Durante un tiempo me alimenté bien de esa imagen aparentemente constante en mí y disfruté como cuando era pequeña de ese amor aparentemente real, pero las noches cada vez eran más duras. 
Cada noche volvía a mi camerino después de la función, dejaba las emociones reposar en el primer cajón de mi mesilla y me desmaquillaba, el rostro que aparecía en el espejo era muy distinto al que observaba el resto de personas, tenía unas ojeras marcadas, algún que otro granito explotado, varios arañazos o marcas y un tono de piel demasiado blanquecino, eran cientas las personas que aplaudían el espectáculo por el día, pero por la noche no eran más que tres o cuatro personas las que me daban las buenas noches o las que querían quedarse a dormir conmigo.
Comprendí entonces mejor a las personas que asistían al show cada tarde, me tenían cariño y varias de ellas me mostraron de diversas formas el amor que sentían hacia mí, ¿pero que ocurría por las noches?, ¿a dónde se iban después del espectáculo todas aquellas personas?. 
Hace unos años estaba tan consumida por mi maquillaje y mis malabares que le dije a otro artista de este circo que la gente me quería y que si tenía dudas escuchase los aplausos... que confundida estaba. 
El circo cerró pronto y no tuve que volver a maquillar mi rostro con esa enorme sonrisa, apareció entonces el silencio y con ello desaparecieron los aplausos y las personas que los emitían, llegó de golpe la preocupación a no encontrar un nuevo trabajo, no lograr un nuevo rincón en el que poder, tan sólo, ser, aparecieron montañas enorme de miedos, inseguridades y ese puñado de emociones que no solía mostrar en público; me sentí realmente sola, llegué a pensar que lo estaba, pero al llegar a mi camerino los tres o cuatro artistas que me habían visto crecer me sonrieron como siempre lo habían hecho, me dieron las buenas noches y se ofrecieron a dormir conmigo. 
Les abracé con lágrimas en los ojos, me disculpé por haber estado lejos de ellos en ocasiones y volví a abrazarles, ellos eran reales, ese instante era real y, con eso, era más que suficiente como para sentirme de nuevo la artista más brillante de toda la ciudad. 


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